Recuerdos del concierto de Joao Gilberto en las Fiestas de San Isidro. Madrid (1985)
Desde que le escuche, siendo niño, he seguido el ARTE de Joao Gilberto con profunda admiración. Su música límpida y original me cautivo y me incitó a explorar posteriormente los caminos del Jazz. Por eso, cuando en aquel Julio de 1985 se anuncio que actuaría en las "Fiestas de San Isidro" de Madrid, me agencie rápidamente unas entradas. Cuando llego el día y la hora del concierto, Joao Gilberto no apareció en el escenario y comenzó una larga espera... A los 10 minutos empezaron los primeros pitos del publico.... a los 15 minutos y con la canícula pegando de frente, comenzó un pateo general... Lentamente fueron pasando los minutos: 20, 25, 30, 35 minutos..."joder con ese loco h` de p` que no aparece"... 40...45 ¡¡¡45 minutos es medio partido de fútbol!!!... Con los ánimos caldeados, el publico parecía que iba a echar abajo las gradas del "Conde Duque". De repente sube al escenario el cantante brasileño afincado en Madrid, Jaime Marquez, que intenta calmarnos con explicaciones que no se las cree ni él mismo. Hay que recordar que en esos años no existían los teléfonos móviles o celulares.... Han pasado 50 minutos. "¡Que devuelvan el dinero!" gritan algunos. Otra vez sube Jaime Marquez para anunciarnos que en solo 5 minutitos el maestro estará en el escenario e intenta renovar nuestro animo con un "ya veréis que la espera habrá valido la pena". Dice que ha habido un retraso de un vuelo y que Joao ha hecho un verdadero esfuerzo por cumplir con su compromiso. Sigue la cuenta: 55 minutos y no aparece. 56, 57, 58... y se cumple la hora enterita. Mis amigos Ismael y Marcela ya no pueden mas y se quieren marchar. Si Joao Gilberto pudiera escuchar lo que se dice y piensa de él en ese espacio, seguro que no vendría. Estamos en primera fila ; pero las sillas, que son pequeñas y duras matan a cualquiera. Estamos cuadrados, sudados y cansados... Cuando se rebaza bastante mas de la hora de retraso, aparece un señor con pinta de profesor de matemáticas que cruza el escenario y es recibido con una sonora pitada y algunos aplausos de cortesía de parte de sus fieles.
El inmenso escenario es austero: Hay una silla, un par de micrófonos, unos baffles, y Joao Gilberto con su guitarra. Nada mas.
Sin dirigirse al publico, Joao se sienta y saca a relucir su incontable gama de tic ante el hipercabreadisimo publico, que puesto de pie le seguía pitando. Tarda varios minutos en acomodar sus atuendos: la chaqueta, los puños de la camisa, los micrófonos, la silla , el pantalón, la guitarra, las gafas, el pelo. En ese momento, muchos pensábamos que el concierto pendía de un hilo, porque si le seguían abucheando, y a Gilberto se le cruzaban los cables, se marcharía de allí y el concierto se iría al carajo. Por eso, los fieles aplaudíamos y pedíamos silencio. En eso estábamos, cuando se oyeron las primeras notas de la guitarra que se mezclaron en el aire formando un todo perfecto con su voz. En ese instante, los pitos se transformaron en aplausos y un silencio reverencial se apodero del lugar. El maestro, que vestía zapatillas deportivas y chaqueta formal, como para ir a comprar el pan por la mañana, estaba concentrado en lo suyo y así , con la cabeza gacha y mirando el suelo, fue creando y recreando sus archiconocidas canciones de las que ya nadie se quería perder ni un susurro. Pronto , los espectadores, nos dimos cuenta de que aquella música hipnotizadora que se estaba esparciendo por el cielo madrileño, tenia una belleza sublime que no olvidaríamos jamás. He aquí la prueba…. Al final, habíamos tenido la suerte de ver algo mas que a un músico; habíamos visto a un ARTISTA extraordinario que había buscado la "belleza perfecta" para sus canciones en ese lugar... ¡Grande Joao!